El otro día llegaba a nuestras manos La auténtica felicidad un interesante libro que habla, entre otras cosas, sobre las malformaciones emocionales que esta sociedad acomodaticia crea en las personas. Su autor lleva a cabo un interesante razonamiento sobre cómo la complaciente educación, a la que se tiende cada vez más, puede llegar a generar patologías conductuales que dificultan la construcción de personas sanas y fuertes.
En una de sus reflexiones, Martin Seligman (2002), psicólogo y escritor del libro, explica este hecho de la siguiente manera:
Los niños necesitan errar, necesitan sentirse tristes, inquietos y enfadados. Cuando impulsivamente los protegemos de los errores les privamos de aprender.
Al escudarlos de sentirse mal hemos dificultado el sentirse bien y experimentar fluidez.
Al evitar en los niños sentimientos de fracaso, hacemos que tengan mayores dificultades para logar dominio.
Al intentar suavizar sobremanera la tristeza, la frustración y la angustia, justificadas por la situaciones y problemas cotidianos de su pequeño mundo, se corre un riesgo elevado de originar una depresión injustificada.
Al fomentar un triunfo barato, se producen fracasos muy caros.
La verdadera pericia de la familia, como maestra emocional, será encontrar ese preciado equilibrio entre el acompañar asentando raíces poderosas, y no caer por ello en la sobreprotección. Así luego, cuando vengan vientos fuertes, propios de edades más adultas, lograrán sostenerse por ellos mismos, con los recursos necesarios para pasar tormentas y crecer, sin trastornarse, a través de estas.
Se me vienen a la cabeza aquellas aleccionadoras palabras del alpinista Carlos Soria (véanse logros, trayectoria y edad) al que escuchamos decir en una entrevista aquello de: “en esta vida hay que forzar un poquito, hay que intentar ir un poco más allá, que allí donde se requiere esfuerzo y presión, se forjan los diamantes de la vida”…
Importante tarea será para los educadores, inculcar, de manera gentil y largoplacista, este preciado espíritu.