“Deja de jugar que esto ya va en serio”. Con esta frase tan demoledora se termina de un plumazo gran parte de las posibilidades que tenemos de enriquecernos, de manera gratuita, uno de los aprendizajes más valiosos y duraderos del que dispone el ser humano: El aprendizaje vivencial a través del juego.
Una de las acepciones aprobadas por la RAE a la palabra jugar es la de arriesgar y aventurar. Y al fin y al cabo son las dos de las palabras que mejor encajan con el desarrollo personal.
¿Cuál es el motivo por el que dejamos de jugar? ¿Qué valor le hemos dado al juego para limitarlo tan solo a una edad temprana y desprenderle de la importancia vital que posee para el aprendizaje?
“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño” Friedrich Nietzche
El poder del juego es infinito para la madurez del niño. En el juego se disfruta, de la misma manera que aparecen las frustraciones imprescindibles para madurar. Los niños aprenden a innovar, a bien competir, a mejorar los resultados de juegos anteriores, a probar sin miedo a equivocarse, a colaborar y cooperar con los demás. El juego es el contexto en el que las cosas suceden y donde todos los que hemos dedicado mucho tiempo a jugar, hemos aprendido a gestionar conflictos, a regular nuestras emociones, a aceptar la derrota como algo natural y a entender que al día siguiente tendríamos una nueva oportunidad porque lo de ayer ya pasó. También es en el juego donde aprendemos que no necesitamos nada más allá que el poder de nuestra imaginación.
Demasiadas veces y demasiado temprano se abandona este contexto donde se ha crecido, para ir a lugares donde jugar puede llegar a diagnosticarse como perder el tiempo.
No podemos permitirnos el lujo de perder esa chispa que es inherente al juego. Esa chispa que favorece ver el mundo con unos ojos más optimistas, más desafiantes y retadores. El juego nos regala el poder del aquí y del ahora.
Aquellos adultos que no son capaces de ver el poder del juego, es porque están bloqueados en diferentes aspectos y/o dejaron de jugar demasiado pronto.
Si un niño es feliz jugando, ¿no será que los adultos deberíamos buscar esos momentos de felicidad en los entornos donde el juego es una actitud poderosa? Me gusta la idea de ver la vida como un juego donde me permito la posibilidad de intentarlo cada día una vez más…
Texto adaptado de Álvaro Merino