Es imposible no tener miedo. La valentía nunca será lo contrario a la cobardía sino el término medio entre cobardía y temeridad.
Los temerarios son aquellos que creen que no tienen miedo. Sin embargo, ser valiente es ser capaz de enfrentarte a lo que te da miedo. Ya solo el hecho de ponerte delante de ello es un acto de valentía sin precedentes.
“La valentía no sólo se enfrenta al peligro, sino a la dificultad, al esfuerzo, al cansancio, a la desdicha”. José Antonio Marina
De la misma manera que los niños aprenden a tener miedo y desgraciadamente les enseñamos a tenerlo, de igual forma deberíamos tener la conciencia de estimularles la valentía, la osadía y el coraje.
La valentía no consiste únicamente en dar un paso adelante frente al peligro, sino como muy bien dice José Antonio Marina, estimular la valentía está relacionado con dificultades más duraderas en el tiempo. Los actos de valentía cotidianos los encontramos en las personas que persisten inteligentemente, que se levantan n+1 veces después de una caída, que no cesan en la manera de buscar opciones y alternativas para seguir mejorando un poco cada día, que no encuentran el acomodo como actitud vital.
“Atrévete” “piensa y hazlo diferente”, “ten criterio propio” son reflexiones que deberían estar en nuestro lenguaje.
Para alimentar la valentía es necesario reforzar las fortalezas de las personas y su percepción de eficacia. Cada vez que entrenamos nuestras capacidades, nos sentimos más competentes y nuestros miedos se harán más pequeños. Si tratamos de reducir los peligros nos daremos con la puerta en las narices al tratar de controlar algo que no depende en gran medida de nosotros.
Si el peligro es mayor, el cansancio aumenta o la exigencia de esfuerzo crece, mayor motivo para entrenar y prepararse para vencer cada una de las situaciones.
Texto adaptado de Álvaro Merino