Esta época, la pandemia…tema que crea hastío y cansancio. Atrás queda el confinamiento, las pérdidas, los miedos; resistencia de todos, y especialmente de los más jóvenes, que sufrieron el rigor de las cuatro paredes; adolescentes que perdieron unos años que ya no volverán…
Daños en las relaciones sociales; mucho de lo que éramos, mucho que recuperar. Puede ser que nos hayamos vuelto más herméticos y huraños, desconfiados… Las clases a través de una pantalla, los trabajos en casa con un bebé en la chepa. ¿Dónde están los abrazos y los besos? Seguimos en ello. Cunde muchas veces el dolor, la tristeza, la pereza; vemos luces intermitentes al final del túnel, pero pasan las semanas… ¿Cuándo saldremos?
Me viene reflexionar ahora sobre el ejemplo de luz de Rafa Nadal. Un deportista que tiene 35 años; que llevaba seis meses sin competir al máximo nivel; que lo ha hecho en el Open de Australia, con un hueso roto del pie izquierdo; que en diciembre también se contagió por coronavirus; que pasó días chungos como mucha gente; que en Navidad no sabía si podría volver a ser Rafa Nadal.
Pensemos en su sacrificio, en su espíritu constante de remontada, en sus ganas inagotables de seguir, contra todo, contra todos; contra el inexorable paso del tiempo. Pensemos que podía decir «basta». Ya lo ha hecho todo. Pensemos en lo difícil que es estar a la altura de su leyenda y grandeza día tras día, contra la presión, contra gigantes rivales y leyendas…
Y podremos decir que queremos los agobios del multimillonario Nadal, con su casa de Manacor y su yate, con su vida en hoteles de lujo, con su fama, con sus portadas de revista… «Qué duro es jugar al tenis, mérito tienen los sanitarios que pelean contra este maligno bichito». Es una réplica sencilla, claro que sí. Certera. Humana también. Seguramente nunca lo sabremos, pero el sufrimiento y la frustración no entienden de números en una cuenta bancaria.
Lo que sí podemos hacer es fijarnos en los espejos idóneos, sin fantasía detrás, en los verdaderos ‘influencers’ referentes de estos días, en aquellos que son capaces de despertar nuestra conciencia, que nos inspiran para el día a día con su forma de hacer las cosas, que representan algo bonito, admirable; que nos marcan un camino.
Rafa sigue ahí, peleando a su manera, desde su posición más visible; inspirando con sus pequeños gestos, con sus gritos de «vamos»… Ganar o perder ya es secundario.
Cada uno pelea a su manera para construir este mundo que nos tocó en suerte. Nadal lo hace en una pista de tenis o sacando la escoba para ayudar a sus vecinos cuando hay inundaciones; no se rinde, aunque podía haber portado hace mucho la bandera blanca.
Y su espíritu, y el de otros muchos, es una vacuna para luchar contra el desánimo de esta época.
Texto de Jesús Sánchez (adaptado)