Mensajes como: «Te vas a caer», «Ten cuidado», «Te vas a hacer daño», «Mira que te lo había dicho…» se repiten de boca en boca en parques, colegios, paseos… dirigidos, la mayoría de veces, de adultos a niños.
La repetición insaciable plantea la dudosa efectividad del mensaje, pero… ¿en algún momento fue efectivo?
El niño/a está experimentando, jugando, viviendo y/o desarrollándose en el medio. Cuando afirmamos lo que podría ocurrir o la posible consecuencia, a partir de la experiencia adulta y sobre todo, a partir de los miedos con/para el menor, éste se dirige estrepitosamente hacia la consecuencia.
Verbalizar el posible desenlace negativo, no es una descripción del presente e implica una intencionalidad y energía para que finalmente ocurra.
El mensaje correcto debería de transmitir lo que de verdad estamos sintiendo, en lugar de anticipar lo que podría ocurrir: «Atento/a a tus manos y tus pies, ve despacio, RESPIRA…» e incluso, verbalizar que somos nosotros/as los que tenemos miedo.
No se trata de una crítica/culpa hacia los educadores y tutores que rodean al menor, pero sí una responsabilidad y necesidad de preparación en el acompañamiento. Como educadores/as, debemos estar a la altura.
No podemos pretender que los niños/as hagan, digan y actúen como un adulto. Estas expectativas del adulto, provocan frustración/rabia/enfado, que acaban rebotando en el menor. Por lo que al final, los niños/as reciben de sus figuras de referencia (las mismas que les suministran amor, cuidado, alimento y cubren cualquier necesidad) una descarga emocional negativa, debido a su «conducta».
Bajo este paradigma, estamos culpabilizando a los menores por ser como son.
Como educadores/as, nuestro objetivo es crear espacios en los que no haya que luchar por la adaptación, en los que los educandos sean libres y mucho sea posible.
Para esto no existe ninguna guía, truco, manual o libro mágico. Se trata más de una predisposición a la escucha de sus necesidades y a acompañar su camino, sea cual sea el que escoja. A dejar espacios para el diálogo y las emociones, validándolas sin negarlas, ocultarlas o prohibirlas.
Sergio Hernández